viernes, 16 de septiembre de 2011

Casanova y la Calceta.

SETENTA Y SEIS DIAS, SETENTA Y CINCO NOCHES



Rumbo: Sur, siempre sur y hacia el este.
Velocidad. De crucero.
Viento: Sigue ausente.

TREMENDA, HERMOSA Y BLANCA LA LUNA DESDE MI VENTANA.

LUMINOSA ESTELA PLATEADA EN EL MAR EN CALMA.



Vamos navegando entre alguna turbulencia, con hambre de muchas cosas y cierto frío alguna noche, aunque el ambiente exterior sea ardiente.





Ya no se tose, se mantiene la ansiedad, tanto que me han prolongado la ingesta de las pastillas por una buena temporada, ya que al parecer aún estoy bastante rebelde y no lo suficientemente mentalizada.

Me abstengo del tabaco por obligación,  que no por devoción y lo sustituyo como buenamente puedo, no tan efectivamente como debería.


La doctora que me castiga tan efectivamente y que me hace soplar en un maldito artilugio cada 15 dias, me ha recomendado dedicarme al punto de cruz o a la calceta.
Temblad, porque a lo mejor más de uno/una se lleva una bufanda o un tapete de regalo... que todo es ponerse.


Y sin pecar de falsa modestia,  he tenido épocas  de auténtico virtuosismo con la aguja y los hilos de bordar ( no hay más que darse una vuelta por la casa de mi madre para comprobarlo), así que todo consiste en retomar los antiguos hábitos.


Claro que ahora lo tengo más jodido porque, para decir la verdad,  de cerca veo fatal, con lo que lo de bordar va a resultar totalmente berlangiano.




La calceta o el ganchillo es que ni me lo planteo,  me asemejan demasiado a la condición de "solterona con gato" que aunque tengo asumida,  intento disimular.



La clave es abandonar además del hábito del cigarrillo, los gestos,  al parecer en no dedicar tanto tiempo al trabajo "intelectual" y tener las manos más ocupadas.


Así que,  de momento, mientras busco un "cuadro" que empecé hace unos 15 años, con sietemil hilos, escondido en el fondo de algún cajón, porque creo que en el colmo del masoquismo redundante me lo traje en la mudanza, nos dedicaremos de nuevo al entretemimiento de ordenar cajones, actividad en la que ya soy una artista consumada, porque con los libros y los CD, aún no me he atrevido, aunque el apilamiento en los rincones está alcanzando ya cotas realmente alarmantes.

A Ricardo le daría un ataque. " hija,  que se te van a doblar los estantes",
" hija,  que se te va a caer la estantería", " hija, que en esa librería hay mucho peso", " hija, para que quieres tanto disco...",
! Pero serás cabezona! !No vés que se va a hundir!.
 Hasta que efectivamente quebró.



Asi que ahora,  presintiendo la temible fragilidad de las estanterias del Ikea de las que he llenado mi pisito de alquiler y teniendo presente siempre los consejos admonitorios de mi padre, ya no me atrevo a sobrecargar los anaqueles, con lo que me dedico a apilar en el santo suelo, eso sí sin ningún orden ni concierto con lo que todo es una tremenda amalgama, un lio monumental y no sé donde está nada ( lo que he leido, lo que no, los últimos pecados, los fundamentales, la inspiración....).



Menos mal que he puesto cierto freno a la adquisición de Cd y DVD de música, gracias siempre al bendito internets y mi limitada capacidad de fusilamiento de lo que me interesa que pulula por el ciberespacio.







He escrito mi historia, y esto nadie puede censurarlo: pero, ¿hago bien en presentarla en público?. No, sé que cometo una locura. Pero si siento la necesidad de ocupar mis ocios y reir, ¿por qué he de abstenerme de hacerlo?.

Un autor antiguo, un maestro, ha dicho: " si no has hecho cosas dignas de ser escritas. escribe al menos algo digno de ser leido". Este precepto vale oro, pero no me es aplicable porque no escribo una novela, ni la historia de un personaje ilustre. Digna o indigna, mi vida es cosa mía y esto es mi vida.





El párrafo anterior no es mío, aunque obviamente parece escrito para el caso, pertenenece al prólogo o introducción con el que en 1797 a la edad de setenta y dos años, empezaba su obra más conocida, sus memorias, el maravilloso Giacomo Casanova.



Veneciano famoso, donde los haya, por haber escrito  estas páginas, más debido a la posteridad que a sus comtemporáneos,  por la minuciosa descripción de su azarosa vida.





La Historia de Mi Vida y su difusión hicieron de él un sinónimo de seductor desprejuiciado, de conquistador irresistible y maratonista del sexo.
Fueron sin duda sus extrordinarias dotes donjuanescas las que le aseguraron la inmortalidad; pero si fué un irresistible conquistador de mujeres, por encima y más allá de epidodios amorosos fué filósofo, finaciero, diplomático, cabalista, embaucador, tramposo y por encima de todo un notable escritor.

Por lo demás, nadie mejor que él encarnó el espíritu nomada, culto y amante del placer que caracterizó a su época y que lamentablemente se ha perdido por culpa de la mentalidad puritana y pacata reinante.



Casanova fué como  Venecia , deslumbrante, falso, barroco , ensimismado,  brillante y bello.

Un poco mentira, y un mucho de ensoñación, imperio perdido y elegante decadencia.



Muerte en Venecia es una gran novela corta de Thomas Mann y una película de Visconti, que retrata como ninguna la Venecia melancólica  y crepuscular, la que más me gusta, la que siempre disfruto.
En la película, para el colmo del desparrame emocional, la banda sonora se basa en la música de Mahler, el músico del alma, del sentimiento de la Europa finisecular.




Mahler es a la música lo que Shakespeare a la literatura,  todo lo que el ser humano puede sufrir o disfrutar, todo,
 lo reflejó y lo compuso con certeza.

Siempre hay un fragmento de Mahler que te apoya y con el que te identificas en cada situacion.


Vamos con del Adagio de la quinta sinfonía, el de Muerte en Venecia, el de la ensoñación de la perdida de la esperanza y la espera del advenimiento de la muerte.




Siempre hay que ser curioso, interrogarse y observar así uno se entretiene y no se acuerda tanto del fumar.


Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
huellas que se llevó el viento.
Buscas las manos calientes,
los rostros de los que fueron,
el círculo donde yerran
tocando sus instrumentos.
Nubes que eran ritmo, canto
sin final y sin comienzo,
campanas de espumas pálidas
volteando su secreto,
palmas de mármol, criaturas
girando al compás del
tiempo,
imitándole la vida
su perpetuo movimiento.
Inútilmente interrogas
desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?
De “Cuanto sé de mí” 1957-1959


HASTA PRONTO